La Guerra Fría, un periodo histórico que dividió al mundo en dos bloques antagónicos liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética, llegó a su fin con el derrumbe del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Este hito no solo marcó el colapso de un sistema bipolar de poder, sino que allanó el camino para la consolidación de un orden unipolar, donde Estados Unidos emergió como la potencia hegemónica indiscutible.
La unipolaridad, caracterizada por la preeminencia de Estados Unidos en los asuntos mundiales, se estableció en un periodo marcado por la expansión de la democracia liberal, el avance de la globalización económica y el predominio del orden internacional liderado por Occidente. Este contexto brindó a Estados Unidos un espacio preponderante en la toma de decisiones globales, moldeando la dinámica geopolítica y estableciendo un orden basado en sus valores e intereses.
Sin embargo, en las últimas décadas, el escenario global ha experimentado un cambio tectónico: la ascensión meteórica de China como potencia económica y, en consecuencia, como un actor geopolítico de gran relevancia. El imponente crecimiento económico chino ha desafiado el equilibrio de poder establecido, generando una dinámica de rivalidad estratégica entre ambas naciones.
La gráfica adjuntada nos sirve para resaltar visualmente el aumento de la inversión en I+D de China y su aproximación a Estados Unidos en este campo.
El surgimiento de esta dinámica confrontativa ha llevado a una reconfiguración de alianzas y estrategias tanto en el ámbito económico como en el político. Estados Unidos, consciente del desafío que representa el ascenso de China, ha impulsado políticas para mantener su posición hegemónica, buscando coaliciones y alianzas regionales que contrarresten la creciente influencia china.
Por su parte, China ha desplegado una estrategia de expansión económica a través de su iniciativa de la Franja y la Ruta, fortaleciendo lazos comerciales y de infraestructura con numerosos países, lo que le ha otorgado una presencia global significativa y ha alimentado su proyección como potencia emergente.
Esta competencia estratégica ha suscitado preocupaciones y desafíos a nivel mundial, con repercusiones que van más allá de la esfera política y económica. Temas como la seguridad cibernética, la supremacía tecnológica, la gestión de recursos naturales y el equilibrio de poder en regiones clave han adquirido una importancia crucial en el nuevo panorama internacional.
0 Comentarios